Artificio

Sónica Satana usa jeans, borceguíes y un flequillo corto color azabache a la usanza de la pin up Bettie Page y su cuerpo cobija los trazos de tatuajes monocromáticos que se desplazan por los brazos, la espalda y los glúteos. Entre ellos, el rostro de la cantante Siouxie Sioux, la silueta de una geisha con kimono, emojis y leyendas. Su nom de plume refiere a la banda post punk Sonic Youth y a la actriz Tura Satana, la mujer fatal de los films de Russ Meyer que inspiraron a Armando Bó en su filmografía con Isabel Sarli y a la canción homónima del álbum Dopádromo de Babasónicos. Las referencias musicales no son arbitrarias; antes de indagar en la escena drag tuvo una banda, tocaba la guitarra y reverenciaba los modos de la moda: “Descubrí que el drag sintetizaba todo eso”.

En tanto su bitácora de referencias estéticas admite tanto a las bandas post punk como a los diseños de John Galliano para Maison Margiela , las colecciones de moda que desfilan por Instagram y los trucos para confeccionar pestañas con papel de radiografías que le enseñó una amiga. Su iniciación remite a 2015 cuando en un gesto lúdico recurrió al kit de maquillaje que le prestó una amiga y a una peluca adquirida en línea.

Sónica cose sus propios vestuarios y en la construcción de looks matiza las tendencias con recursos vintage, de un peluca de los años veinte a los estilos divulgados por vinilos de bandas de 1960 y 1980, se alimenta de los modismos en boga y los traslada a los tonos de su maquillaje, las sombras que pintan sus párpados de azulino o verde y los rubores que tallan sus pómulos.

Santamaría tiene una silueta pequeña con la que practica baile del caño y se desliza con técnicas de ballroom con la misma gracia y desenfado, adhiere al estilo barroco y se autoproclama “Primera Dama de Trabestia”, el club nocturno itinerante que fundó junto a su pareja. Sus experimentaciones con la vestimenta surgieron como consecuencia de su incomodidad ante los mandatos y las morfologías del atavío masculino. “Decidí investigar sobre cómo me quería ver, cambié los pantalones rectos por catsuits y chupines y cuando encontré mi parte femenina pude mostrar mi mejor versión”. Entre sus referencias estéticas exalta a figuras del cine clásico de Hollywood. En su hagiografía, el peinado y los artificios de Marilyn Monroe se complementaron con modismos de Hedy Lamar y de Grace Kelly. “Monroe era lo máximo, busqué peinarme como ella y con el tiempo lo logré”. Pero sus nuevas búsquedas estéticas se despegan de los artificios del star system para hacer lugar a los guiños cómplices al arte barroco.

“Usé plumas antiguas y corsés pero ahora estoy en la búsqueda de un barroco moderno. Uso ropas que consigo en las ferias americanas y muchas veces me ayudan amigas. La escasez de presupuesto para montarnos en la Argentina nos hace más creativas”.

Sónica Satana y La Santamaría llegan a la sesión de fotografía juntas, vestidas con jeans, remeras blancas, borcegos y sin un ápice de maquillaje. En sus bolsos acarrean pelucas verdes y negras, infinitos pinceles, hebillas, collares y las disponen sobre el gabinete de maquillaje. Unos minutos más tarde, miran a la cámara de video e interrogados acerca de los modos, la belleza y la estética en sus performances de género sentencian: “Somos artistas de género. Abordamos al drag como un hecho artístico para deconstruir lo que somos y crear un personaje femenino, masculino o sin distinción de género”.

Kiddo porta un vestido camisero bicolor mitad azul y mitad verde, acarrea una valija con guiños a los portafolios infantiles, lleva el rostro pintado de azulino y un rompecabezas compuesto por grageas devenidas accesorios pop para ornamentar su cabeza rapada. Su nombre de fantasía proviene de la expresión que refiere a los niños en inglés -Kiddo- Martín recurre al uso de juegos, colores y a la construcción de una trama lúdica que le permitió reconciliarse con los días de su infancia en los que sus coqueteos con la estética femenina no eran celebrados.

Sin duda una sus influencias es la corriente estética que el diseñador inglés Charles Jeffrey, el creador de la firma Loverboy trasladó de las fiestas que organizó en un club londinense para pagar sus estudios de moda a la pasarela de London Fashion Week. Corresponde destacar que Martín estudió diseño de indumentaria, realiza sus propios moldes, tiene su propia máquina de coser y trabaja como vendedor en una firma de moda. Tampoco establece diferenciaciones ni categorías estéticas entre la ropa para el día o la noche: “uso un top corto y la ambivalencia como algo sin género”. Antes de sus actuales variaciones sobre Lindsay Kemp en la escena clubber contemporánea fue devoto de la purpurina. “Empecé a maquillarme con glitter para ir a un concierto, inicialmente tapé mis cejas y así me fui encontrando” recuerda. Pero aunque el glitter fue su principal recurso estético, comenzó a matizar con la incorporación de otros afeites cosméticos hasta que se profesionalizó mediante las clases de maquillaje en la escuela Kabuki.

Blü se desplaza por las veredas de Villa Pueyrredon a la hora de la siesta vestida con un body de charol cuyo brillo se replica en un par de botas con taco stiletto y un sinfín de cadenas doradas. Con su larga peluca rubia y su cara maquillada de modo tal que soslayó el hocico de un gato, cautivó a las señoras reunidas en un club social del vecindario.

Blü nació en Venezuela y luego de vivir algunos años junto a su familia en Panamá, llegó a Buenos Aires en 2018, Se inicio en las prácticas de género como una práctica casera e íntima. “No conocía a nadie en la ciudad y empecé a maquillarme en casa hasta la madrugada. Después comencé a hacerme vestidos cortos con las remeras grandes que compraba en ferias americanas y transformaba con tijeras y pegamento”.

La singularidad en cuanto a la galería de influencias consiste en que sus personajes surgen de sus propios dibujos y figurines para luego replicarse en su cuerpo. “Me inspiro mucho en mis dibujos, utilizo el drag para llevarlos a la realidad. Salgo a comprar las telas según lo que surge de los dibujos y el maquillaje responde a una búsqueda estética muy liberadora”. Otro de sus artilugios corporales emite a la simulación de una cadera acentuada mediante el uso de rellenos de tela influenciada por los cuerpos voluptuosos de su país de origen y la contemplación de concursos de belleza desde su infancia.

“Payaso, gótico y alien” son los conceptos que Saddy sugiere para denominar su sesión de automaquillaje que reverencia el maquillaje de los payasos a quienes venera desde su infancia. Mientras se engalana con una falda y una chaqueta de tonos verde, negro y rojo comprada en una feria, recuerda el día en que cumplió tres años y recibió a los invitados con maquillaje de clown. Su galería de referencias privadas admite la ruta de internet pero también una modalidad analógica “Desde niño empecé a observar en las calles a los punks y los góticos que me inquietaban, me inspiro en cualquier artificio que rompa con la cotidianeidad y hago mi versión de terror. Puedo lucir como un ama de casa de otro planeta o una cantante lírica”.

Practicó danza, acrobacia y gimnasia artística para dominar el cuerpo, de ahí que enuncie que la construcción de su estética se cimentó tanto en la imagen como en la expresión corporal. Los mensajes políticos no están ajenos en su performances cotidianas “Propongo que los disidentes podamos ocupar espacios en la sociedad pese a los desafíos cotidianos que debemos enfrentar. Nací con condiciones que los demás consideran raras y en lugar de esconderlo decido mostrarlas”. Acerca de su sexualidad no vacila en afirmar: “Me considero no binario. El género es una performance que uno decide”.