Biofilia
AMAR O PERDER LA TIERRA
¿Estamos genéticamente programados para amar a los demás seres vivos? ¿de dónde nace el desamor o rechazo a la naturaleza que siente una gran parte de la sociedad? Y, más importante, ¿cómo desarticulamos esa desconexión para construir una sociedad sustentable a través del amor por la Tierra?

The Biophilia Hypothesis (La hipótesis de la Biofilia) es un libro de casi 500 páginas, pesado, sesudo, complicado como el tema que toca. Incluye 15 ensayos que exploran el concepto de biofilia, que Edward O. Wilson definió como la necesidad innata del ser humano de afiliarse a los demás organismos vivos.
El libro incluye la palabra ‘hipótesis’ porque esta idea no fue probada empíricamente. Muchas personas que cultivaron sensibilidad ecológica no tendrán dudas de la existencia de este amor y fuente de conexión que Wilson llama ‘biofilia’, pero otras no dudarán en señalar todo tipo de atrocidades que el ser humano ha infringido en animales, paisajes y sus pares para sostener que dicho amor no existe o, peor aún, que los humanos somos intrínsecamente egocéntricos y crueles.
Los escritos de este volumen ofrecen pistas en direcciones variadas, desde cómo fuimos derivando el sentido que encontrábamos en la naturaleza a los artefactos, hasta por qué el considerar a los animales ‘amigos’ suele desnudarlos del misticismo que nos hipnotizaba cuando les temíamos. Pero el texto más contundente es quizás el de David W. Orr, Love It or Lose It: The Coming Biophilia Revolution (Amar o perder a la Tierra: La revolución biofílica que se viene).
Orr, ambientalista y profesor norteamericano, explica los orígenes de la ‘biofobia’ reinante, y acepta que quizá la biofilia no sea una propensión innata, sino una elección que debemos tomar; un camino imprescindible si queremos atravesar la crisis ambiental que vivimos y asegurar nuestro futuro en la Tierra. Aquí, algunas de sus ideas.

BIOFOBIA
Orr describe a la biofobia como «la necesidad culturalmente adquirida de afiliarse a la tecnología, a los artefactos humanos y únicamente a los intereses humanos en relación con el mundo natural». En palabras más simples: a preferir identificarse como alguien que detesta a la naturaleza, o a expresar ese desprecio en formas más sutiles (sentir asco por determinados animales o insectos, evitar y abogar por la anulación de conductas humanas que nos hermanan con el resto de los animales, etc.).
En muchas personas existe la idea generalizada de que las poblaciones originarias estaban más conectadas con la naturaleza e incluso que la veneraban, aunque para Orr «las culturas tribales poseían una especie de inocencia ecológica porque no tenían las posibilidades ni el conocimiento que se nos ha dado».
«En las palabras de Owen Barfield, las personas alguna vez se sintieron ‘integradas o enredadas’ en el mundo de una manera que nosotros no lo hacemos y quizá no podamos lograr. La tecnología, primitiva comparada con nuestros estándares actuales, establecía límites a lo que las culturas tribales podían hacer al mundo, y sus mitos, supersticiones y tabúes restringían lo que pensaban que debían hacer. No creo que los primeros humanos eligieran la biofilia, más bien que no había muchas opciones. Y aquellas tribus y culturas que eran biofóbicas o incompetentes con la naturaleza, pasaron al olvido a través de la inanición y enfermedades».
¿Cómo hicimos, entonces, para cultivar la biofobia y no solo sobrevivir, sino ‘prosperar’? Para Orr, no se trató de una ruptura sino de un «movimiento tectónico lento en percepciones y actitudes, que fue creciendo desde la Edad Media hasta el presente». Tuvimos que dar una serie de pasos: primero, descartamos la creencia de que el mundo estaba vivo y era digno de respeto, hasta de miedo; nos distanciamos de los animales, que fueron conceptualmente transformados en meras máquinas; acallamos cualquier simpatía restante por la naturaleza en favor de datos «duros» que pudieran ser pesados, medidos, contados y contabilizados para obtener una ganancia; buscamos razones para unir poder, dinero en efectivo y conocimiento para transformar el mundo en cosas ‘más útiles’; encontramos cómo ver esto como una ‘mejora’ en el ideal de crecimiento económico perpetuo; y se tejió un sofisticado cultivo de la insatisfacción, para convertirla en consumo masivo.

“SOLO EN LA MEDIDA EN QUE RENUNCIAMOS AL MUNDO COMO SUS AMANTES, PODEMOS CONQUISTARLO COMO SUS TÉCNICOS”.
BERTRAND RUSSELL
De ahí en más, asegura Orr, es cuestión de dejar correr un círculo vicioso: «La manifestación de la biofobia ha derivado en un mundo en el que cada vez es más fácil ser biofóbico. La naturaleza no contaminada está siendo reemplazada por una naturaleza contaminada, por rellenos sanitarios, depósitos de chatarra, minas agotadas, terrenos desmontados, ciudades destruidas, autopistas de seis carriles, expansión suburbana y ríos contaminados, que merecen nuestra fobia».
Orr pone a esta condición psicológica en el mismo plano que otras que son consideradas ‘enfermedades mentales’. «La biofobia no está bien por la misma razón que la misantropía y la sociopatía no están bien. (…) Reconocemos esas patologías como el resultado de una infancia deformada, que da como resultado adultos sin empatía y, a menudo, violentos. La biofobia en todas sus formas también reduce el rango de experiencias y alegrías que alguien puede experimentar en su vida, de la misma forma que la incapacidad de lograr relaciones cercanas y amorosas limita la experiencia de vida».
«¿Es la biofobia masiva una especie de locura colectiva?», se pregunta. «Con el tiempo creo que llegaremos a la conclusión de que sí».

BIOFILIA
En el plano opuesto de la biofobia está la biofilia, que Edward O. Wilson definió como una necesidad innata de afiliarnos a los demás organismos vivos, en los que encontramos sentido. No se trata de topofilia (vínculos afectivos con el entorno material, formados a través de la experiencia y circunstancia), sino de algo grabado en nuestro cerebro reflejando miles de años de evolución.
Para Wilson, esto es evidente en nuestra preferencia por paisajes que se parecen a la Sabana africana, en la que evolucionó la mente; y en la certeza de que cuando estamos relegados a ambientes puramente artificiales y privados de la «belleza y misterio» de la naturaleza, la mente se desplaza «hacia configuraciones más simples y crudas» que afectan la sanidad mental.
Otros científicos como Albert Schweitzer o Rachel Carson observaron algo parecido, pero se refirieron a esta sensación no como a algo innato sino como a un nivel de conciencia, reverencia y asombro que nace de la observación de la naturaleza y del respeto por lo vivo.
Para Orr, algo innato ayuda a ese esfuerzo intelectual, y eso se puede observar en otras criaturas. «El primatólogo Harold Bauer observó una vez a un chimpancé perdido en la contemplación de una espectacular cascada en la Reserva Forestal de Gombe, en Tanzania. La contemplación finalmente dio paso a llamadas de ‘jadeo’ mientras el chimpancé corría de un lado a otro tocando los árboles con sus puños. Nadie puede decir con certeza qué significó este comportamiento, pero no es exagerado verlo como la forma del chimpancé de expresar fascinación y éxtasis», escribe. «Sería el peor tipo de antropocentrismo descartar estos relatos por creer que la capacidad de biofilia y asombro es meramente humana. De hecho, es posible que para nosotros sea más trabajosa que para otras criaturas».

Coincidiendo con Erich Fromm, Orr sugiere que la biofilia puede ser condenada o corrompida por las inclinaciones destructivas del hombre, y que las personas pueden perder el sentido de la biofilia al ser separados del mundo natural. «Cuando la tribu Ik en el norte de Uganda fue expulsada de sus terrenos de caza tradicionales y trasladada a la fuerza a una pequeña reserva, su mundo, como lo expresó Colin Turnbull (1972), ‘se convirtió en algo cruel y hostil’, y (sus integrantes) ‘perdieron todo el amor que pudieron haber tenido por su mundo de montaña’. El amor que la tribu Ik pudo haber sentido alguna vez por su tierra se convirtió en aburrimiento y en una ‘desconfianza malhumorada’ del mundo que los rodeaba».
Al margen de lo innato o no de la biofilia, Orr asegura que cultivarla es hoy una cuestión de vida o muerte. «La humanidad está ahora en una posición paradójica de tener que aprender altruismo y desinterés, pero por razones de supervivencia y de interés propio». Es decir: es imposible salvar especies y entornos naturales sin forjar un vínculo emocional entre nosotros y la naturaleza. Como suele decirse, «no lucharemos para salvar lo que no amamos».
«LA CRISIS ECOLÓGICA, EN DEFINITIVA, TIENE QUE VER CON LO QUE SIGNIFICA SER HUMANO. Y SI LA DIVERSIDAD NATURAL ES LA FUENTE DE LA INTELIGENCIA HUMANA, ENTONCES LA DESTRUCCIÓN SISTEMÁTICA DE LA NATURALEZA INHERENTE A LA TECNOLOGÍA Y LA ECONOMÍA CONTEMPORÁNEAS ES UNA GUERRA CONTRA LOS MISMOS ORÍGENES DE LA MENTE».
DAVID ORR

INTIMIDAD ECOLÓGICA
«Tenemos buenas razones para creer que la inteligencia humana no podría haber evolucionado en un paisaje lunar, sin diversidad biológica», dice Orr. «También tenemos buenas razones para creer que la sensación de asombro hacia la creación tuvo mucho que ver con el origen del lenguaje y con la razón por la cual los primeros homínidos querían hablar, cantar y escribir poesía en primer lugar. Cosas como el correr del agua, el viento, los árboles, las nubes, la lluvia, la niebla, las montañas, el paisaje, los animales, las estaciones, el cielo nocturno y los misterios del ciclo vital dieron origen al pensamiento y al lenguaje. Siguen haciéndolo, pero tal vez en forma menos exuberante. Por esta razón, creo que no es posible meterse con la diversidad natural sin socavar también la inteligencia humana».
«NUESTRAS IDEAS MODERNAS SOBRE LA CORDURA PUEDEN ATRIBUIRSE A SIGMUND FREUD, UN HOMBRE URBANO. EL RECONOCIMIENTO DE LA MENTE DE FREUD SE DETUVO DEMASIADO PRONTO. SI HUBIERA IDO MÁS LEJOS, PODRÍA HABERSE TOPADO CON LA BIOFILIA, Y, SI LO HUBIERA HECHO, NUESTRA COMPRENSIÓN DE LA CORDURA INDIVIDUAL Y COLECTIVA HABRÍA SIDO MÁS SÓLIDA».
DAVID ORR

Pero este párrafo sirve como un buen cierre de este resumen: «Debemos elegir, según las palabras de Joseph Wood Krutch, si ‘queremos una civilización que avance hacia una relación más íntima con el mundo natural o (…) una que continúe separándose y aislándose tanto de la dependencia de y la simpatía con esa comunidad de la que formamos parte originalmente’. El escritor de Deuteronomio tenía razón. Sean cuales sean nuestros sentimientos, por ingeniosas que sean nuestras filosofías, cualquiera que sea la gravedad innata que nos afecte, en última instancia debemos elegir entre la vida y la muerte, entre la intimidad o el aislamiento».
Love It or Lose It: The Coming Biophilia Revolution (Amar o perder a la Tierra: La revolución biofílica que se viene) continúa con un complejo análisis sobre los distintos tipos de ‘amor’ que podemos sentir por la Tierra (deberíamos apuntar no a un amor romántico e idealizado, o ‘Eros’; sino a uno que no pide nada a cambio, o ‘Ágape’), y se explaya en los pasos necesarios para encarar la Revolución biofílica (que resumo abajo). Es un texto minucioso, revelador, que merece leerse completo.
“LA MENTE HUMANA ES PRODUCTO DEL PLEISTOCENO, MOLDEADA POR UN SALVAJISMO QUE CASI HA DESAPARECIDO. SI COMPLETAMOS NUESTRA DESTRUCCIÓN DE LA NATURALEZA, HABREMOS LOGRADO SEPARARNOS DE LA FUENTE MISMA DE CORDURA. ENCERRADOS HERMÉTICAMENTE ENTRE NUESTRAS CREACIONES Y DESPOJADOS DE AQUELLAS DE LA CREACIÓN, EL MUNDO SOLO REFLEJARÁ LA IMAGEN DEMENTE DE LA MENTE APRISIONADA EN SÍ MISMA”.
DAVID ORR

PASOS PARA LA REVOLUCIÓN DE LA BIOFILIA
SEGÚN DAVID ORR
LA RECUPERACIÓN DE LA INFANCIA
El cultivo de la biofilia exige el establecimiento de más lugares naturales, de misterio y aventura, en los que los chicos puedan vagar, explorar e imaginar. Un mayor contacto con la naturaleza durante el día escolar, pero también horas sin supervisión para jugar en lugares donde la naturaleza ha sido protegida o se ha regenerado.
RECUPERAR UN SENTIDO DE LUGAR
Redescubrir y reconstruir nuestros lugares y regiones, encontrando en ellos fuentes de alimento, de vida, de energía, de sanación, de recreación, y de celebración. Restaurar la cultura local y nuestros lazos con los lugares. Reducir la velocidad, tener más ciclovías, más jardines y más colectores solares. Redescubrir y restaurar la historia natural de los lugares.
EDUCACIÓN Y BIOFILIA
La capacidad para la biofilia puede ser eliminada por una educación que tiene como objetivo algo tan básico como aumentar el potencial de movilidad ascendente. Deberíamos preocuparnos menos sobre si nuestra progenie podrá competir como fuerza laboral y más sobre si sabrán cómo vivir de manera sostenible en la Tierra. Ayudar a las personas no solo a alfabetizarse, sino también a ser ecológicamente cultos, entendiendo los requisitos biológicos de la vida humana en la Tierra.
UN NUEVO PACTO CON LOS ANIMALES
Necesitamos animales, no encerrados en zoológicos, sino viviendo libres en sus propios términos. Los necesitamos para lo que pueden decirnos sobre nosotros y sobre el mundo. Un nuevo pacto con los animales requiere que limitemos el dominio humano para establecer sus derechos ante la ley, en las costumbres y en los hábitos. Proteger a los animales en la naturaleza mientras se permiten las operaciones de engorde en confinamiento y la mayoría de los usos de laboratorio no tiene sentido moral y disminuye nuestra capacidad para la biofilia.
LA ECONOMÍA DE LA BIOFILIA
La transición a una economía que fomenta la biofilia requiere la decisión de limitar la empresa humana en relación con la biósfera.
BIOFILIA Y PATRIOTISMO
Las decisiones necesarias para movernos hacia una cultura capaz de biofilia son, en última instancia, políticas. El patriotismo, el nombre que le damos al amor por el país propio, debe redefinirse para incluir a aquellas cosas que contribuyen a la salud real, la belleza y la estabilidad ecológica de nuestros lugares de origen y para excluir a aquellas que no lo hacen. Reconectar la idea del amor por el país con la idea de cómo se usa el país. Destruir bosques, suelos, belleza natural y vida silvestre para engrosar el PBI, o para proporcionar trabajos a corto plazo y con frecuencia espurios, no es patriotismo sino codicia. El patriotismo real requiere que conectemos el amor competente, paciente y disciplinado de nuestra tierra con nuestra vida política y nuestras instituciones políticas.
«EL PATRIOTISMO, EL NOMBRE QUE LE DAMOS AL AMOR POR EL PAÍS PROPIO, DEBE REDEFINIRSE PARA INCLUIR A AQUELLAS COSAS QUE CONTRIBUYEN A LA SALUD REAL, A LA BELLEZA Y A LA ESTABILIDAD ECOLÓGICA DE NUESTROS LUGARES DE ORIGEN Y PARA EXCLUIR A LAS QUE NO LO HACEN. RECONECTAR LA IDEA DEL AMOR POR EL PAÍS CON LA IDEA DE CÓMO SE USA EL PAÍS».
DAVID ORR
