Los libros de la
buena memoria
SOBRE LA BIBLIOTECA ROJA Y LOS LIBROS ENTERRADOS
La tierra tiene la capacidad de destruir todo lo que se guarda bajo su superficie. Ya sea por efecto de las propiedades del suelo, las acciones de los insectos o las lluvias que se filtran, casi nada de lo que es enterrado puede recuperarse en sus condiciones iniciales. Las bibliotecas enterradas nunca vuelven a ser las mismas. No solo por la transformación material de los libros sino porque además, desde su vida subterránea, cuentan las relaciones entre política y lectura que las llevó a ser escondidas. Durante los años setenta las bibliotecas se enterraban para reducir el peligro que significaba tener ciertos libros y, al mismo tiempo, se convirtían en fósiles de una época y de una forma de vida. Una vez desenterrados, los libros adquirieron un valor extra: ahora eran evidencias retrospectivas (y críticas) del Terrorismo de Estado. Habría que hacer una arqueología política de las bibliotecas enterradas para reconstruir los efectos de la persecución ideológica pero también una historia de la lectura como forma de insurrección.
En marzo de 1976 Liliana Vanella y Dardo Alzogaray, jóvenes estudiantes con activa participación política, terminan de enterrar parte de su biblioteca en el jardín de la casa que estaban construyendo en Villa Belgrano, Córdoba. No fue simplemente meter los libros bajo tierra sino que hicieron un pozo de cal y ladrillos (con el objetivo de filtrar el agua) y los envolvieron en bolsas plásticas para hacerlos impermeables. Entre otros, ocultaron El hombre nuevo de Che Guevara, ¿Qué hacer? de Lenin, El hombre y el arma de Vó Nguyen Giáp, libros de Nicolás Guillén, Mao, Karl Marx, León Trotsky y Antonio Gramsci.
Cuando regresaron al país, ocho años después del exilio, intentaron desenterrar la biblioteca pero lo primero que encontraron fue una bolsa con un libro deshecho por la humedad y renunciaron a recuperar la biblioteca. Treinta años después del intento fallido, Tomás Alzogaray Vanella (hijo de Liliana y Dardo), Gabriela Halac y Agustín Berti realizan una investigación sobre el destino de la biblioteca perdida y, poco después, en enero de 2017, se inicia la excavación con ayuda del Equipo Argentino de Antropología Forense.
El proyecto es una iniciativa de la editorial Documenta/Escénicas que es quien tuvo la idea, acercó las partes y propicio esta experiencia. La historia del enterramiento y el proceso de recuperación fueron registrados en La biblioteca roja, un libro publicado por la misma Documenta/Escénicas y firmado por Vanella, Halac y Berti. Se trata un ejemplar atípico que reúne textos breves de distinto tenor (entre los que se destaca el diario de la excavación), fotografías documentales y citas a expertos en la materia sobre la destrucción de los libros. Los testimonios en primera persona de Vanella y Alzogaray son el momento más desconcertante y conmovedor de libro. Un relato que se desdobla en el tiempo y que pareciera que no se puede contar sino de forma superpuesta, paralela, que pone en crisis la linealidad de la experiencia.
La excavación dio como resultado dieciséis paquetes de libros meteorizados por efecto del agua, el ácido, el humus y el suelo, según describe el paleontólogo Santiago Druetta. Una de las preguntas centrales que plantea La biblioteca roja es sobre el estatuto de esos restos encontrados. ¿Siguen siendo libros? ¿O son algo distinto, reclaman ser llamados de otra forma? ¿Acaso son algo más que libros destruidos por el tiempo? Quizás lo más radical sea mantenerlos en las condiciones que fueron encontrados, con las marcas de la historia y la violencia que los habitan. Los libros no están en condiciones de ser leídos pero esto no significa que sean ilegibles, son objetos anacrónicos en los que se pueden leer distintas capas temporales de un pasado cercano. Los libros recuperados son la materialización de una experiencia de vida.
¿SIGUEN SIENDO LIBROS?
¿O SON ALGO DISTINTO, RECLAMAN
SER LLAMADOS DE OTRA FORMA?
El antropólogo y especialista en políticas de la memoria, Juan Besse, se pregunta “¿Qué es un libro? ¿De cuántas maneras puede entenderse un libro? ¿Qué usos de un libro son los que nos aproximarían a esa supuesta condición inicial?”. Y agrega que a los libros recuperados por el trabajo arqueológico “se los puede pensar como ruinas, fragmentos de monumentos lingüísticos que forman parte del archivo de una época, del modo en el que hombres y mujeres quisieron y pudieron entender el mundo en el que vivían”. Y señala que: “la ruina es un objeto empírico pero a la vez es un objeto que hace hablar. No hay ruina sin glosa o sin comentario. Gérard Wajcman dice que la ruina es un menos-de-objeto que lleva un más-de-memoria y es precisamente esa condición del objeto en menos la que bombea memoria, la que hace de la ruina un resto de objeto reedificado por la memoria”.
“LA RUINA ES UN MENOS-DE-OBJETO QUE LLEVA UN MÁS-DE-MEMORIA Y ES PRECISAMENTE ESA CONDICIÓN DEL OBJETO EN MENOS LA QUE BOMBEA MEMORIA, LA QUE HACE DE LA RUINA UN RESTO DE OBJETO REEDIFICADO POR LA MEMORIA”
Los libros desenterrados conservan textos que ya no pueden ser leídos, pero se han transformado en productores de otros textos, en palimpsestos que llevan sobreimpresas sus vidas anacrónicas. Cada libro tiene ahora una doble vida. Y la biblioteca no es otra cosa más que la ruina de una civilización lectópata y clandestina.
LA BIBLIOTECA ROJA
AGUSTÍN BERTI, GABRIELA HALAC & TOMÁS ALZOGARAY VANELLA.
EDICIONES DOCUMENTA, 142 PÁGS.