CAJAS ROJAS
AFELPADAS
Recuerdo que de chica veía el espacio prohibido de los cajones de mi madre. Hurgar ahí no estaba permitido. Papeles, sobres, cartas y un par de cajas rojas afelpadas con dos iniciales.
Esas cajitas eran el tesoro más importante. Se abrían y cerraban en silencio, sabiendo que no estaba bien meter las manos en cosas ajenas. Abierto el cofre, resplandecían en plata un par de anillos y cadenas. Piezas pesadas, grandes, pulidas. Una vez comprobado que de ahí nadie las había sacado, volvía a dejar todo como estaba, para que no hubiera sospechas. Y así retomar, en otro momento, la ceremonia del cofre rojo, sin mis hermanos merodeando, y a la espera del tiempo de la casa tranquila.
Se ve que mi fascinación por esas cajas no había pasado desapercibida, ya que un día mi madre me dio a modo de “comodato”, como un regalo temporario, dos de esos estuches. Uno alargado y fino guardaba una pulsera de eslabones preciosos, combinada en plata y madera, y en la cajita más pequeña, el anillo complementario Dos piezas de joyería maravillosas, modernas en su clasicismo, atemporales con cuerpo y peso.
No me acuerdo cuando fue que esas dos iniciales cobraron identidad, Antonio Belgiorno. Haber pasado por el frente de la joyería en Av. Santa Fe, un sábado de paseo familiar, me permitió ubicar un punto geográfico correspondiente.
Hace varios años, un día de caminata errante por Recoleta, zona en la que me gusta perderme y sentirme turista, pasé por la vidriera de Antonio Belgiorno. Entre tanto ruido visual, entre tantas gráficas invasivas, sus dos escaparates eran un remanso, y entendí que era una “joya oculta” en la ciudad. Un local sin tiempo, silencioso y estoico, un “clásico” . Esos lugares que le dan identidad a una cuadra, al barrio y a la ciudad.
No lo dudé y entré, parado con una sonrisa seria estaba Darío Morteo. Le hablé de mis recuerdos, le mostré el anillo en mi mano, intercambiamos impresiones sobre el consumo, la joyería y algo más. Cada vez que en mi agenda me tocaba ir para esos lados, aprovechaba y me hacía un tiempo para ir de visita al local de Av. Santa Fe 1347, frente a la Iglesia San Nicolás.
Darío Morteo, siendo el nieto adoptado y elegido por Antonio, es quien sigue manteniendo la cordial sonrisa para recibir a cada cliente que entre en su “hogar a la calle”. Y también es quien aquí responde y cuenta sobre la historia familiar y empresarial de la joyería.
Un local sin tiempo, silencioso y estoico, un “clásico” . Esos lugares que le dan identidad a una cuadra, al barrio y a la ciudad.
DARÍO MORTEO EN LA VITRINA Y LA ENTRADA DEL LOCAL. VISTA DEL INTERIOR.
FOTOS DE GUSTAVO SANCRICCA PARA SU LIBRO “LOCALES”.
ANGÉLICA Y ANTONIO BELGIORNO.
CASA EN LA FALDA, CÓRDOBA.
“En 1931, mi tía abuela Angélica Morteo se casa con Antonio Belgiorno, inmigrante nacido en Sorrento, Italia en el año 1900. Se van a vivir a La Falda, Córdoba. Allí viven en una pensión y como medio de vida empiezan a comerciar con quillangos que cosía mi tía en una mesa, que se movía toda, que la había construido el propio Antonio, vendían también barracanes, que compraban en el norte de Argentina y ponchos.
Aprovechando los meses de vacaciones de verano y el flujo de turistas, comenzaron a comercializar en el Hotel Edén en La Falda y en el Hotel El Parque. Ellos caminaban de una punta a la otra de la ciudad para atender la demanda de sus clientes, en los dos espacios.
Incorporaron artículos en plata a la oferta de productos que ellos seleccionaban y ofrecían. Había un platero en Córdoba y probaron primero con los productos que él hacía. Esas piezas tuvieron mucha aceptación entre los veraneantes que se instalaban a vacacionar en La Falda y se empezó a vender muy bien. La joyería comenzó a desplazar a los otros artículos y el articulo principal del negocio pasó a ser la plata.”
Sin estudios de mercado previo, sin “iluminados” que den fórmulas mágicas sobre como hacer crecer un negocio, Angélica y Antonio a partir de la propia experiencia, la prueba y el error y el animarse a nuevos productos, le dieron inicio a una de las joyerías tradicionales y más emblemáticas de la Ciudad de Buenos Aires.
“Gracias al esfuerzo del trabajo y a la aceptación de la clientela, compran un terreno y edifican. Construyen para poder tener en el mismo lugar, vivienda y negocio. Mi padre, Juan Morteo, que había nacido en Mar del Plata, se muda a vivir con su tía, ya que tenía problemas pulmonares.”
Angélica y Antonio no tuvieron hijos y adoptaron de alguna manera a mi padre. Se consolido un trío familiar y profesional que definió los cimientos fundantes de la empresa siendo y haciendo a su modo. El lema se podría sintetizar en respeto a la palabra, a los artistas, respeto por los productos y respeto al cliente.
Antonio fallece en el año 1966, no lo conocí. Pero tanto mi padre como mi tía Angélica siempre me contaban sus historias, las mismas que les relato hoy a mis hijos. Es clave que sepan claramente el origen de la empresa.»
Se consolido un trío familiar y profesional que definió los cimientos fundantes de la empresa siendo y haciendo a su modo. El lema se podría sintetizar en respeto a la palabra, a los artistas, respeto por los productos y respeto al cliente.
Al local propio en La falda, le siguieron locales estratégicamente ubicados dentro de hoteles o en localidades turísticas. Se sumó uno en Rosario de la Frontera (provincia de Salta), otro en la Rambla de Mar del Plata y en el Hotel Llao Llao de Bariloche (hasta que se incendió en los años 60). Eso fue mientras duró la lógica de la época, temporada de vacaciones de tres meses, por lo tanto tres meses de trabajo exhaustivo.
Era un turismo de alto poder adquisitivo y una temporada significaba la seguridad de permanencia. Eran espacios que se abrían y cerraban con los ritmos de la temporada estival. Cuando los tiempos vacacionales se acortaron y cambió el tipo de turista, decidieron abrir en Buenos Aires un negocio que se mantuviese abierto anualmente.
El primer local lo abrieron en el año 1945 y estuvo ubicado en la Av. Santa Fe al 1310. En los inicios de la década del 70 lo mudan al local de Av. Santa Fe 1347, donde hoy sigue instalada la joyería. Al ser una empresa de carácter netamente familiar, preservaron la lógica de un espacio único y no apostaron a la apertura de sucursales.
En el año 1986, se da la posibilidad que aprenda el oficio de platero, voy a aprenderlo con un joyero del negocio que se llamaba Obdulio, y sigo perfeccionando el saber con otros joyeros. Armo mi propio taller en mi casa, me convierto en un proveedor del negocio, mientras terminaba el colegio secundario. Al cumplir 18 años entro al negocio familiar, y al mismo tiempo trabajaba en el taller que había montado en mi casa.
Junto a mi tía, mi padre y mi hermano Diego aprendí los fundamentos del negocio. Desde el principio había un hilo conductor que respetar: “creer en la palabra, en el objeto Belgiorno y en el cliente”. Lo hace un clásico el respeto a los valores fundacionales de la empresa. A medida que las décadas van pasando, las familias van viendo que hay una forma de llevar la empresa que es afín con como es el cliente mismo.
Nunca dejé de hacer las piezas que en algún momento decidí que tenían que ser las clásicas. Quise mantener una esencia en el diseño, que se caracteriza por buscar una geometría nueva.
«Hay piezas que con el tiempo van evolucionando, el diseño va evolucionando. Hoy, María, mi hija, diseña, y aporta una nueva estética al negocio. Y mi hijo Pedro me acompaña diariamente con una impronta descontracturada. El cliente de Belgiorno también va evolucionando con el diseño nuestro, lo aceptan, lo incorporan, y es una relación entre el diseño y el cliente que va creciendo.
Nunca dejé de hacer las piezas que en algún momento decidí que tenían que ser las clásicas. Quise mantener una esencia en el diseño, que se caracteriza por buscar una geometría nueva en las piezas, usar a veces símbolos comunes (un nudo, lunas, cruz), símbolos que están en la sociedad, pero buscarles formas nuevas. Jugar con los planos, jugar con los elementos básicos de las piezas: las chapas, los alambres, y buscar un pulido de excelencia.
2 GENERACIONES DE JOYEROS, DARÍO Y SU HIJA MARÍA.
ANILLO DISEÑADO POR MARÍA MORTEO.
“Una pieza nuestra puede ser realizada íntegramente por un orfebre. Pero en la mayoría de los casos, por una cuestión práctica, se dividen las tareas. Entonces la laminación, la fabricación y el pulido van pasando por diferentes manos. Hasta los estuches que se han convertido en clásicos, son hechos por nosotros. En un mundo en que la producción pasa por China, nosotros continuamos con nuestras formas.
Hago una salvedad, no buscamos la perfección en las piezas. Buscamos que las piezas tengan el carácter Belgiorno, incluso cuando una pieza es imperfecta. Sí buscamos las características que nos identifican: una buena construcción, un buen tratamiento de las chapas y de todos los componentes que se usan para construir las piezas. La base nuestra del diseño puede ser la búsqueda de una geometría diferente.”
Usar una pieza Belgiorno como parte de los accesorios que decoran nuestro cuerpo no es sólo un gesto de coquetería, es también validar la historia de una familia, un modo de entender el amor a un oficio y a los metales. De alguna manera, claves para que hoy ese pequeño espacio y su joyería sigan siendo trascendentes.