La calle siempre me pareció un espacio lleno de posibilidades, un lugar que no es de nadie y es de todos, un lugar que pareciera ser de paso, pero que finalmente habitamos mucho tiempo de nuestras vidas.

A partir de esto fue que pensé en la posibilidad de habilitar la vidriera de un local para que sucedieran escenas ficcionales e instalaciones artísticas. La idea era que naciese un espacio fuera del tiempo práctico de la ciudad, donde pasaran cosas que no puedan ser entendidas racionalmente. Me interesaba que la gente se encontrara con la vidriera de casualidad y que eso les permitiera mirar sin expectativas ni preconceptos, cosa que generó bastante desconcierto. Algunas personas iban especialmente a ver lo que pasaba ahí y se quedaban un rato largo observando, como si la vidriera fuera un paisaje, y algunos peatones solo lo miraban unos instantes y seguían su camino.

Durante dos meses, alrededor de 20 artistas participaron en la vidriera de este local en el barrio de Almagro y cada uno tuvo mucha libertad a la hora de elegir qué hacer. Yo, como organizadora del proyecto, me deslumbraba mucho con las diferentes ideas que le despertaba a cada uno la posibilidad de estar en esta especie de pecera de vidrio a la calle. Cada artista tuvo la posibilidad de explorar cómo habitar ese espacio público que a la vez invitaba a lo privado. La vidriera fue veterinaria de perros humanos, estudios de pintores, escenario de esculturas riesgosas y bailes desaforados, entre muchas otras cosas.

Hace muchos años que soy actriz y siempre tuve la necesidad de tener un proyecto propio. Mi profesión a veces me dio una sensación de desdibujamiento de mi identidad, de estar demasiado pendiente de la mirada de otros y de poder habitar realidades distintas, pero siempre con la pregunta de quién soy yo realmente. Vidriera es el primer proyecto que nace de mi necesidad de materializar una idea que me identifique.