Días de aves
OBSERVACIONES DE UN NATURALISTA EN LA PATAGONIA
CHIMANGO (Milvago chimango)
William H. Hudson nació en 1841 a orillas del Arroyo Conchitas, a mitad de camino entre Buenos Aires y La Plata, en lo que hoy se conoce como Florencio Varela. Hijo de inmigrantes norteamericanos, cultivó una especial fascinación por las aves desde joven y llegó a descubrir dos especies que fueron bautizadas con su nombre. Recorrió el territorio argentino a pie y a caballo, siempre con oídos, ojos y corazón abiertos. Estos son extractos del libro “Días de ocio en la Patagonia”, donde describe deliciosamente sus experiencias en la naturaleza, en particular sus encuentros con numerosas aves, ilustradas por Babun Feroz.
RANCHO HUDSON (1950)
“Para mí no hay nada tan delicioso como ese sentimiento de alivio, de desahogo y libertad absoluta que se experimenta en una vasta soledad donde el hombre tal vez nunca ha vivido o, por lo menos, no ha dejado rastros de su existencia”.
“El follaje tupido, rígido y de coloración oscura confería a estos árboles una apariencia extraña sobre la pálida llanura reseca por el sol; semejaban peñascos de tan innumerables como fantásticas formas, esparcidos sobre el suelo gris amarillento. No se veían aves grandes, pero abundaban los pájaros pequeños que alegraban el desierto con su música y sus coros. Los más notables entre los verdaderos cantores eran las calandrias patagónicas y cuatro o cinco pinzones, dos de ellos nuevos para mí. Allí vi por primera vez un pájaro singular y hermoso: el chingolo grande, de pecho colorado; un pinzón también, aunque solo en apariencia. Es un pájaro sedentario que, al posarse majestuosamente sobre la rama más alta, muestra su rojo plumaje inferior. Emite, a veces, a manera de canto, notas que se asemejan al suave balido del cabrito, y cuando es perturbado salta de un arbusto al otro, produciendo con sus alas una especie de zumbido.”
COMETOCINO PATAGÓNICO
(Phrygilus patagonicus)
Los pinzones son aves paseriformes pequeñas y medianas de la familia Fringillidae. Tienen robustos picos cónicos adaptados para comer semillas y a menudo tienen un plumaje colorido.
“Más numerosos e interesantes eran los siempre presentes dendrocoláptidos llamados por lo común trepadores, pues su vuelo es muy corto, el plumaje tiene un color marrón uniforme y sobrio, son rutinarios en sus costumbres y no cesan de parlotear con voces ya agudas y penetrantes, ya resonantes y claras. Ejemplares de una especie terrestre, de plumas de color marrón-arena, la Upucerthia dumetoria (bandurria), corrían por el campo delante de nosotros, semejantes a guesos ibis en miniatura, con patas muy cortas y pico exageradamente grande.”
“Todos estos dendrocoláptidos ofrecen una característica particular: tienen un gran amor por la construcción, y sus nidos son mucho más grandes de los que, por lo general, hacen las aves de ese tamaño. Donde ellos abundan, los árboles y arbustos están cargados a veces con sus desproporcionadas construcciones. Hay que pensar que estos activos y pequeños arquitectos pierden el tiempo en una vana e infructuosa labor; no solamente porque construyen su nido tan grande como el del gavilán para albergar apenas media docena de huevos del tamaño de un guisante, que podrían ser cómodamente incubados en una caja de píldoras, sino porque frecuentemente, cuando el nido está terminado, el constructor empieza a demoler su obra con el fin de obtener material para un segundo nido.”
PICOLEZNA PATAGÓNICO
(Pygarrhichas albogularis)
Dendrocolaptinae es una subfamilia de aves paseriformes perteneciente a la familia Furnariidae. Del griego «δενδροκολαπτης dendrokolaptēs»: pájaro que picotea los árboles.
Estas aves parduzcas o rojizas tienen colas rígidas con astas expuestas que les ayudan a trepar por troncos y ramas de árboles, como los pájaros carpinteros.
“Una especie muy común, (Anumbius annumbi annumbi), denominada en idioma vernáculo de diversas formas, espinero, leñatero o tiru-ri-ru, hace a veces tres nidos en el curso del año, utilizando una cantidad enorme de ramitas. El nido del leñatero es, sin embargo, de una estructura insignificante comparada con el del estrepitoso cacholote. Este pájaro, que es casi tan grande como el mirlo del muérdago, escoge un arbusto bajo y espinoso, con ramas abiertas y gruesas, y en el centro de la planta construye su vivienda, perfectamente esférica, de un metro y medio de profundidad. La entrada está a un lado y más bien alta, y cerca de ella hay una angosta galería abovedada que descansa sobre una rama horizontal. Ese enorme nido es de una consistencia tal que me fue difícil romperlo; aun parándome sobre él y golpeándolo con mi bota no pude hacerle el menor daño. Durante mi estada en la Patagonia encontré alrededor de una docena de esos magníficos nidos, y creo que, como nuestras propias casas, o más bien nuestros edificios públicos, algunos hormigueros y las cuevas de las vizcachas y los castores, están hechos de manera de perdurar para siempre.”
“A las tres de la mañana estábamos nuevamente levantados y en camino, soñolientos y con los pies doloridos, pero sintiendo por fortuna, menos sed que el día anterior. A la media hora de marcha advertimos con alegría que se acercaba el amanecer, no por el cielo, en el que centelleaban todavía las estrellas, sino por el canto maravillosamente dulce y claro de un pájaro pequeño que se encontraba a corta distancia de nosotros. El canto se repetía a cortos intervalos; luego fue seguido de otras voces, y pronto salieron de cada arbusto tan suaves y deliciosos acordes que me alegré de todo lo soportado en mi caminata, puesto que ahora podía oír esa exquisita melodía del desierto. Este cantor del alba es un hermoso pinzón gris y blanco, el Diuca diuca, muy común en la Patagonia y que posee la más hermosa voz de todos los fringílidos que allí se encuentran. Los diucas eran profetas seguros; al poco tiempo los primeros rayos de luz aparecieron en el este, pero cuando la claridad aumentó buscamos en vano el ansiado río. El sol se elevó sobre la misma gran planicie ondulante con sus arbustos oscuros desparramados y su alfombra de hierbas marchitas, esa harapienta alfombra debajo de la cual aparecía el estéril suelo de arena y guijarros del cual saca su escasísimo sustento.”
“Cuando estaba de humor ocioso, acostumbraba vagar entre los arbustos, lejos del río, especialmente durante los días calurosos de la primavera para oír las voces de aves nómadas recién llegadas de los trópicos, y los cantos vigorosos y bellos de las especies que allí residen todo el año. Era un placer para mí caminar simplemente durante horas, moviéndome con cuidado entre las plantas, deteniéndome a ratos para oír una nota nueva o permanecer inmóvil sentado o acostado y escondido entre la maleza, hasta que los pájaros se olvidaban de mí o yo dejaba de preocuparles. Las calandrias estaban siempre presentes; cada una de ellas se posaba en la ramita más alta de su espino favorito, emitía a intervalos unas cuantas notas, algunas frases y luego escuchaba a las demás.”
CALANDRIA
(Mimus patagonicus)
Foto tomada en Laguna Nimez, El Calafate, Santa Cruz, Argentina
Autor: Dr. Lenaldo Vigo CC BY-SA 4.0
“A veces divisaba, a la distancia, un gavilán de gran tamaño, de pecho blanco, semejante al águila, posado en lo más alto de un arbusto; y durante todo el tiempo en que permanecía estacionado delante de mí, mis ojos se fijaban involuntariamente en él, como cuando mantenemos la vista sobre una línea brillante en medio de la oscuridad, porque la blancura del pájaro parecía ejercer un poder fascinador sobre la vista, ya que resaltaba intensamente, por contraste, en esa universal monotonía gris. Abandonando mi punto de observación, reanudaba el paseo y subía a otras elevaciones, para contemplar el mismo panorama desde un punto distinto. Y así continuaba por horas enteras, desmontando al mediodía para sentarme sobre mi poncho doblado.”
“En la novela de Herman Melville, Moby Dick, hay una larga disertación, quizá la parte más hermosa del libro, acerca del blanco en la naturaleza y sus efectos sobre la inteligencia humana. (…) Melville señala que la blancura aumenta la belleza de innumerables cosas naturales (mármoles, camelias japonesas, perlas), como si ella les comunicara una virtud especial que les es propia; que el blanco es el emblema de todo lo que consideramos más grande y digno, y que produce en nosotros infinidad de asociaciones placenteras. Sin embargo, continúa diciendo, a pesar de todas las asociaciones con cuanto resulta agradable, honroso, sublime, ese color oculta en su intimidad algo ilusorio, que produce más terror al espíritu que el rojo de la sangre.”
“En la Patagonia oí un caso que ilustra el tema. En la llanura, a unos cincuenta kilómetros al este de Salinas Grandes, entre una pequeña bandada de ñandúes, apareció uno completamente blanco. Un grupo de indios que habían salido de caza intentaron capturarlo, pero pronto dejaron de perseguirlo. Más tarde lo llamaron dios de los ñandúes, y se decía que una gran desgracia, tal vez la muerte, le ocurriría a la persona que se aventurara a hacerle daño.”
ÑANDÚ
(Rhea americana albescens)
La palabra “ñandú” deriva del guaraní que significa “araña”, probablemente porque el plumaje del ñandú recuerda a las arañas peludas de la Cuenca Amazónica. Otros nombres muy generalizados con que se le conoce son el quechuismo “suri” o “surí” y el mapuchismo o araucanismo “choique” (de choike’).
“Por fin, más o menos entre las tres y media y las cuatro de la mañana, oí algo que me llenó de alegría: el gorjeo familiar de un par de tijeretas posadas en un sauce vecino, y más tarde, el armonioso y suave canto de la golondrina, cuyas notas se elevaban y descendían suavemente. Es éste un hermoso pájaro, de cola blanca, que ensayando en círculos su vuelo, inicia el canto cuando las estrellas comienzan a palidecer; esa melodía es quizá más dulce que todas las demás porque la oímos al alba, cuando se eleva la temperatura del cuerpo y fluye con más fuerza nuestra sangre poco antes de despertar cada mañana. Luego hicieron oír los verdones una rara e impetuosa ejecución que más se asemejaba a un grito que a un canto; estos hermosos pájaros son de color verde oliva, con el pecho ante; tienen vistosas y largas colas y el pico colorado. Entre los intervalos de esas espasmódicas explosiones de sonidos, se oyó la delicada y suave melodía del gorrión de cresta gris. El último de todos fue el grito prolongado de un chimango que pasaba por las proximidades, y supe que hacia el este la mañana era espléndida.”
GOLONDRINA
(Tachycineta leucopyga)
“Si los pájaros de esta región no superan a los de otros lugares en dulzura, ritmo y variedad (y no estoy seguro de que no lo logren) es indudable que se llevan la palma por la constancia con que cantan. En primavera y a principios del verano no cesan de oírse sus notas, y el coro es dirigido por ese incomparable melodista que es la calandria trescolas o calandria blanca, un visitante veraniego. Aún en los meses más fríos del invierno, junio y julio, se oye, cuando hace buen tiempo, el ronco canturreo de la paloma de monte, (…) y en la orilla, desde los deshojados sauces llegan los lamentos más suaves, como suspiros, plenos de sentimiento salvaje, de la torcaza. Mientras tanto, en las mesetas boscosas se oyen los cantos de muchos paserinos, y siempre se destaca entre ellos, con rápidas y vibrantes notas, el cabecita negra. El pecho colorado canta en los días más fríos y cuando el tiempo es más tempestuoso; ni el cielo más lluvioso les quita a los pinzones grises (Diuca diuca) el placer de entonar sus himnos matutinos y vespertinos, que cantan todos juntos, formando un alegre concierto. La calandria común es todavía más infatigable y, resguardándose del viento frío, continúa gorjeando los cantos de su interminable repertorio hasta después de entrada la noche; su propia música parece serle tan indispensable para la existencia como el alimento y el aire.”
PECHO COLORADO
(Leistes superciliaris)
“Tal vez sea erróneo decir que me sentaba a reposar, puesto que nunca me sentía cansado; y, sin embargo, sin experimentar fatiga alguna, esa pausa de la tarde, durante la cual permanecía inmóvil y como olvidado del mundo, me resultaba en extremo grata. El silencio, tan profundo, tan perfecto, era siempre muy agradable. Allí no había insectos. El único sonido era un débil gorjeo emitido por un pajarito semejante a la ratona, que se oía muy de vez en cuando. Y mientras cabalgaba, únicamente el golpe sordo de los cascos del caballo, el choque de alguna rama contra mis botas y el jadeo del perro interrumpían la tranquilidad. Cuando por fin llegaba y me sentaba, sentía cierto alivio al librarme también de esos ruidos, pues a los pocos minutos el perro colocaba la cabeza entre sus patas delanteras y se quedaba dormido; entonces ya no se oía nada, ni una hoja que se moviera.”
WILLIAM HENRY HUDSON
(Y UN PÁJARO AMIGO.)