VILLA 26
SOBRE EL PROYECTO
Entre junio y diciembre de 2017 el fotógrafo Gian Paolo Minelli y el escritor Leonardo Sabbatella, por encargo del Instituto de Vivienda de la Ciudad, visitaron Villa 26 para hacer un registro del barrio antes de su mudanza y demolición. La relocalización de Villa 26 responde al fallo de la Corte Suprema que exigió, debido a la contaminación, que los gobiernos de todas las jurisdicciones de la cuenca Matanza-Riachuelo garanticen relocalizaciones a las personas instaladas en los primeros 35 metros de la orilla. Compartimos un fragmento del libro de imágenes y testimonios que realizaron Minelli y Sabbatella sobre un lugar que ya no existe.
RAQUEL & ZAHIRA
Entramos a la casa de una mujer que vive en Manzana 4, una especie de sub-zona del barrio que quedó aislada del sector de mayor densidad habitacional. La mujer se llama Raquel. A la casa se entra por la pieza que funciona como taller textil. Ahí tiene cuatro máquinas en las que trabaja cosiendo ropa. Cuando llegamos estaba trabajando en unos pantalones cortos para un equipo de futbol infantil. También está la hija, Zahira, es joven y extremadamente flaca. A los pocos minutos cuenta que tiene esclerosis. Raquel habla tranquila: “tenemos expectativa por irnos”. Y continúa un momento después con una descripción física de qué significa habitar ese lugar: “viviendo acá siempre te duelen los huesos”.
Raquel no es una vecina más que pasa desapercibida. Es una referente, se hace cargo de resolver temas colectivos. Lleva 25 años en el barrio, conoce a todos y conoce también cómo hacer que las cosas funcionen (desde el tendido eléctrico hasta las relaciones de vecindad). Raquel dice “yo participaría de la demolición”. Parece querer irse ya mismo, cuanto antes. Al mismo tiempo, como es esperable aparece cierta nostalgia. Hay una idea que se repite: una casa no es un lugar físico o geográfico, no es una arquitectura sino los hechos vividos ahí. Eso es clave tanto para Raquel como para su hija. Las dos se extienden en historias familiares y barriales (crianza, trabajo, carnavales, festejos de fin de año). Raquel hace esporádicas referencias a lo que significa materialmente la casa: “los pisos los puse yo” y donde antes había un patio ella levantó el taller textil. Hay algo de lo que es la casa físicamente, esa casa habitada, esa casa remodelada, mantenida, sostenida por ella que también es parte de una nostalgia. Aunque más no sea la nostalgia sobre un lugar al que no se quiere volver.
Raquel cuenta historias de todo tipo sobre el río: suicidios, accidentes, juegos. El río es el lugar donde todo puede pasar. Mejor dicho, el río es el lugar que le da rareza o extrañeza a un barrio que podría contar las mismas historias que cualquier otro. Pero ellos tienen un río. Tiene el misterio y el escándalo del rio. Historia abreviada del río: un tipo quiso cobrar el seguro de su taxi tirando el auto al rio, otro lo vio desde un puente y lo denunció pensando que estaban matando a alguien con auto y todo (el tipo nunca cobró el seguro). Una mujer se quiso suicidar tirándose al río pero cuando se está ahogando se arrepiente y empieza a pedir ayuda, la rescata un vecino en bote. Una mujer le dice a la hija que va a ir a nadar al río un ratito porque hace mucho calor, nunca más vuelve, se suicida en el agua. Una pareja llega en auto al barrio discutiendo de tal forma que terminan con el auto adentro del río.
CLAUDIO
Cuando Claudio me abre la puerta me doy cuenta que ya lo conozco, solo que no sabía su nombre. Claudio habla de forma sintética, no se va por las ramas ni da grandes explicaciones. Más bien condensa el sentido en frases breves que parecieran mutiladas, como si les faltara una parte que le toca completar a su interlocutor. Claudio tiene 44 años, vive en el barrio desde los 8 años. Vino desde Misiones donde nació. Me dice que tengo que conocer las cataratas, “ahí te das cuenta que somos moléculas en el universo”, me dice moviendo las manos. Me cuenta algunas imágenes y anécdotas sueltas, discontinuadas del barrio. Años atrás había un muelle de quebracho en el barrio, ahí jugaban los chicos.
Claudio remaba en el rio, un día lo ve un profesor del Club Regatas y se lo lleva para competir. Claudio remaba en una balsa improvisada que había construido con otros pibes del barrio. Entre el 85 y 89 hizo canotaje. La casa de Claudio está llena de trofeos por todos lados, pero no son suyos, son de los hijos, todos ganados jugando al futbol. Su casa, me dice, mide 150 metros cuadrados (son dos plantas) y se muda a una de menos de 80 mts2. Está regalando, tirando y guardando (en casas de otros) buena parte de las cosas que ya no tendrán lugar en la casa nueva. Me muestra el cementerio de bicicletas, un rincón con fierros apilados y oxidados en donde se pueden identificar, cuadros, manubrios y ruedas, todo superpuesto como si se tratara de una instalación de un artista contemporáneo.
Después me habla del “karma” de ser villero. Me dice que por vivir ahí sufrió estigmatización, discriminación y exclusión. Un silencio y después agrega “ahora vamos a pasar de ser villeros a ser ciudadanos. Otra vez la idea sobre el ser, la relación con los otros (la mirada de los otros) y el lugar de pertenencia como parte clave en la identidad. A Claudio le gusta mucho hablar sobre los medios de comunicación, saca el tema varias veces, lo relaciona con la villa. Habla sobre las formas en que los medios mencionan a los barrios como el suyo, que siempre usan el término “villa” y además lo hacen de forma peyorativa, cuando algo es malo sucedió en una “villa”, dice. Y contrapone otras formas de denominar al barrio que muy pocos medios usan como “barrio carenciado”, “barrio en situación de riesgo”. Claudio no quiere que el significante villa o villero tenga otro significado sino que quiere hacer explotar ese concepto y ser llamado, identificado, con otra palabra (barrio, ciudadano). Como si hubiera entendido a la perfección que dar la lucha por el significado de villa o villero no hiciera más que afirmar su condición de subalterno y excluido mientras que pelear por las otras denominaciones podría implicar un grado de integración, inclusión y quizás fortalecimiento.
Claudio me cuenta que su casa está construida por él mismo con partes que consiguió en lugares donde venden los restos que rescatan de las demoliciones. Me señala una puerta, la que da al riachuelo, si, es una puerta que da a la nada, al rio, y me dice que era de una penitenciaría. Después me cuenta sobre una pileta y otra puerta que compró en situaciones similares. Es una casa hecha de otras casas y construcciones. Claudio trabaja desde muy joven relacionado a la venta de diarios y revistas, me dice “tengo tinta en la sangre”. Ahora sus hijos siguen su mismo trabajo y entre toda la familia atienden dos kioscos de diarios. Me dice que lo único que tiene para contar es que él armó un equipo de fútbol que se llamaba “Los nenes de mamá” que fue el único equipo del barrio que ganó algo alguna vez.
MARIO NIEVAS
“Soy Mario Nievas y mi mamá es la que fundó el barrio, fue la primera en venir”. Me dice un hombre mientras me aprieta la mano. Enseguida me interesa su historia, quiero saber más. Le pregunto si la casa en la que vivió la madre, esa primera casa del barrio, aun existe. Me dice que de la casa queda solo “esto” y hace un gesto con la mano como el que calcula la altura de un niño que mide un metro. No entiendo, ¿cómo puede quedar eso de una casa? Me pregunta si quiero verla y le digo que sí, que me interesa.
Vamos hasta la casa de Mario. Su terreno es una especie de complejo familiar precario. Dentro del terreno tiene varias pequeñas casitas, todas petizas, levantadas con ladrillos y techos de chapas, algunas tienen unas membranas encima, donde viven sus hijos y nietos. Nos lleva al fondo y vemos una montaña de chapas y maderas. Me dice, esto era la casa de mi mamá, al ser de madera se fue hundiendo en la tierra. Se trata de una especie de casa erosionada por el tiempo y a medio tragar por la tierra. Quizás sea el fósil más antiguo del barrio, el lugar donde todo empezó. La primera casa. El nombre de la madre: Rosa Saavedra. Las casas desde entonces no parecieron haberse modificado mucho en su forma de levantarse. Mario empieza a señalarme otras casas y me dice “ahí vive mi sobrino, ahí vive mi hermana, ahí mi otra sobrina”. Es un barrio que creció como crece una familia, de forma despareja, incontrolable y aleatoria.