NECOCHEA, CIUDAD FRUTAL
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS DE ANA PAULA ARMENDARIZ
BIBLIOTECA DE SEMILLAS
Un buen día de mayo de 2017 brotó una biblioteca de semillas dentro de la Biblioteca Popular Andrés Ferreyra de la ciudad de Necochea. Su germinación era una idea que rondaba en la cabeza de varixs que trabajan ahí y especialmente en la de Eugenia Podlesny -que además es hortelana- tras la visita de un funcionario de la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) para un encuentro regional. Él citó el ejemplo de una biblioteca de semillas en Alemania, como una buena alternativa en la búsqueda de usuarixs nuevxs de bibliotecas, para que éstas no se limiten únicamente a prestar libros.
Eugenia y sus compañerxs ya organizaban anualmente intercambios de semillas en la puerta de la biblioteca, que eran muy concurridos, y se pusieron en contacto con la biblioteca “Somos semilla”, de San Miguel de Allende, México para que lxs asesoraran.
“Toda biblioteca de semillas tiene el objetivo de ofrecer a la comunidad el acceso a semillas de variedades de cultivo adaptadas a las condiciones locales -ésto es fundamental porque crecerán en esa bio-región específica, con ese clima y tipo de suelo- y funciona mediante un sistema de préstamo-devolución” informan desde su página de Facebook.
Armaron para eso un espacio especial en la planta baja al que llaman “Multiespacio” con ficheros antiguos que pintaron de colores llamativos, diseñaron carteles que indican qué sembrar según las estaciones, rotularon alfabéticamente según la especie y así comenzaron.
En ese entonces cualquiera podía servirse semillas de ahí con el compromiso de devolver la misma cantidad, un tiempo después de haberlas sembrado en la propia huerta y finalizado el ciclo de la planta; que es cuando ésta da sus semillas. Pero empezaron a haber muchos faltantes y poca reposición y tuvieron que cambiar el método. Ahora se puede ir diariamente de 16 a 20 para reunirse con Eugenia, que se acerca con una valija con muchas variedades de semillas, sobrecitos, sello y fichas donde anota el nombre de la persona que las pide, algún dato de contacto y queda así asentado el compromiso de devolución. Cada sobrecito trae escrito el nombre científico de la planta, el coloquial, la variedad, quién la produjo o donó, la fecha de cosecha de esa semilla y si es de fácil o difícil producción. Y son todas agro-ecológicas.
Hoy éste espacio junto a muchísimos otros donde se hacen intercambios de semillas, tales como huertas comunitarias, ferias agro-ecológicas, encuentros de permacultura, etc. son fundamentales en el contexto de la posible aprobación de la Ley Bayer-Monsanto. El Gobierno está buscando modificar la actual Ley de Semillas en la Cámara de Diputados favoreciendo sólo a unas pocas empresas que concentran la mayor cantidad de patentes. Pero la semilla no es un insumo más de la agricultura sino que determina qué es lo que comeremos y transmite la cultura alimentaria de los pueblos. Su conservación y diversidad es clave para que no se extinga ese acervo que es de la humanidad entera desde siempre y es vital y justo que continúe siendo así.
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CIUDAD FRUTAL
Un grupo de amigxs jóvenes necochenses comenzó a plantar árboles frutales en las calles en agosto de 2012 porque era importante para ellos que además de embellecer la ciudad, éstos dieran alimento gratuito para todxs.
Surgieron las ganas de hacerlo por la falta de espacio propio para sembrar, la necesidad de alimentarse sin pesticidas, de propagar una forma de cultivo colectivo y tomar conciencia de lo que significa ser autosustentable y nuestra soberanía alimentaria: Saber cultivar, cosechar, semillar y cocinar lo que queremos comer.
El acuerdo es con cada vecinx que quiera sembrar un frutal y que se comprometa a hacerse cargo de cuidar ese ejemplar plantado en su vereda. Y cuando salgan frutos, esx vecinx va a establecer un vículo con quien quiera cosecharlo, además de sí mismx, ya que crecerán en el espacio público.
Ya llevan plantados alrededor de 400 y la mayoría de esos árboles salen del vivero en el que crecen desde que son plantines en del jardín de la Hospihuerta, huerta comunitaria que crearon Eugenia y su compañero, Juan García, en el Hospital Municipal Dr. Emilio Ferreyra. Otros, los injertados, los compran en Entre Ríos o en Mar del Plata. Para eso antes cosechan las frutas de algunos árboles, preparan dulces, los venden en ferias y así compran esos nuevos frutales o directamente algunxs de los vecinxs que los piden, se los compran.
“Leímos un estudio de la Provincia que aseguraba que en Necochea hacían falta diez mil árboles, entonces pensamos: Necochea es conocida por ser ventosa, nos gustaría a partir de ahora que lo sea por ser una ciudad frutal. Plantamos cítricos, almendros, perales y ciruelos además porque no existe una ordenanza que prohíba plantar árboles frutales en los espacios públicos”.
Organizan también un concurso de huertas que consiste en que aquellos que tienen huerta en su casa les envíen fotos para poder así conocer entre todxs las huertas que existen en la ciudad, hacer intercambio de semillas, de consejos, experiencias e incentivar a otrxs a que hagan huerta en sus patios y terrazas. Planean que éste concurso crezca año tras año y así puedan premiarlas con insumos, herramientas u otro aporte para quien dedica su tiempo al cuidado de sus vegetales.
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HOSPIHUERTA
Paralelamente al comienzo de la plantación de árboles y con ese mismo espíritu, Eugenia y Juan quisieron además hacer huerta en su ciudad y a la vuelta de su casa, se atrevieron a pedir usar un baldío que pertenecía al club Rivadavia. Así nació la primera huerta comunitaria de Necochea. Hoy felizmente existen dos más, una es Tierra y Libertad, en Quequén y la otra, la del Barrio Campana.
Iban muchísimxs voluntarixs de todas las edades cada domingo, y se acercaban no pudiendo creer que fueran a compartir tiempo, conocimiento y alimento sin necesidad de comprar o vender nada. “Fueron 3 años de mucha abundancia”, comenta Juan.
Comenzaron a visitarlos cada vez más niñxs y docentes de escuelas que buscaban aprender a trabajar la tierra. Aprendieron a construir un horno de barro, un invernadero usando botellas de plástico, un techo vivo y, con una pantalla de Direct TV y espejitos, una cocina solar. Pero tiempo después el Club reclamó el terreno y tuvieron que trasladarse.
Por suerte, el antiguo director del Hospital Municipal ya lxs había invitado a hacer huerta entre los pabellones de ahí. Y cuando fueron a ver el espacio, eligieron en cambio una zona más salvaje, de pastizales crecidos, cerca del estacionamiento. Y en sólo un día, con la ayuda de muchísimos voluntarixs, mudaron todas las plantas de una huerta a la otra.
Comenzaron con sólo dos canteros que se van multiplicando todos los sábados junto a una decena de voluntarixs menores de 19 años. Hoy ya plantaron 70 árboles ahí dentro y la huerta provee de verduras de hojas, aromáticas y algunas hortalizas a la cocina del hospital que alimenta a lxs pacientes internadxs.
Rescatan la importancia de volver a cultivar la tierra, reconociendo que hubo un hueco entre las generaciones de nuestros abuelos y la nuestra ya que nuestros padres y madres dejaron de producir sus propios alimentos para en su lugar comprarlos, en el afán de “ganar” tiempo, saturados con sus obligaciones laborales. Pero terminaron así perdiendo su salud y conexión con la tierra.
Juan da clases de huerta en la Escuela 27 y en el colegio Danés, y armó ahí unas huertas con aromáticas, verduras y frutales. Como notaba que lxs alumnxs no tenían demasiado interés en comer los vegetales que cosechaban, organizó talleres de cocina junto a un cocinero amigo en su restaurante y eso fue un gran incentivo para que ampliaran su paladar e incorporaran esos alimentos a su dieta. Aprendieron a preparar empanadas de verdura, chutneys de frutas, pizzas veganas, etc. También armaron un horno de barro en la 27 en el que cocinan cada tanto sus cosechas con éste mismo cocinero amigo.
Juan interpela a sus alumnxs preguntándoles qué padre o madre quisiera que su hijx se dedique a producir sus alimentos en lugar de seguir las carreras profesionales más conocidas. – Cuántas veces van al médico en el año? Dos?, les pregunta. Y cuántas veces comen? – Todos los días, ellxs responden. Y así lxs deja pensando en la relevancia que el alimento tiene diariamente en sus vidas y cómo impacta en su salud directamente.
Estamos ahora sentadxs bajo la sombra del abuelo ciruelo, que les da cada año entre 100 y 150 kg de ciruelas, tomando mate y comiendo cherries amarillos y peras secados con un deshidratador y Juan nos cuenta quiénes y cómo lo hicieron con sólo $ 2.000 (10 veces menos que lo que costaría comprarlo). Lxs alumnxs de la escuela técnica 3, donde trabaja un amigo suyo, ya construyeron tres deshidratadores de vegetales y también las herramientas que usan en la huerta (azadas, layas, rastrillos, azadines de mano, palitas, etc.) en colaboración con lxs del colegio Danés, basados en prototipos que él mismo hizo. “Y éstas tienen mucha más alma que las que compras nuevas”, comenta orgulloso.
ABRO POR FIN MI PALMA Y LEVANTAN VUELO
ABRO POR FIN MI PALMA Y LEVANTAN VUELO
SEMILLAS DE LUZ DEL ALMA QUE VAN BUSCANDO OTRO SUELO